A orillas del Olimar.

Articulo realizado para el blog del Grupo de Ajedrez La Proa.

Por Marcel Blanchard.
Han venido "de todos partes" como dice la cancion de los Olimareños.
Daniel Izquierdo de Mercedes con su hijo, Oddone y el árbitro Horacio Arévalo de Paysandú, Bernardo con algunos de sus más poderosos alumnos, unos cuantos más de Montevideo, también de Minas y San José, de Melo, de Rocha y la gente de Treinta y Tres con los hermanos Dávila y Maximiliano Ifrán en vanguardia.
Hay cuatro finalistas del Nacional del 2008 y varios de los más fuertes jugadores de Uruguay. Vinieron también de Brasil.
Un torneo largo en cuatro días.
Anteayer tan solo llegamos por la ruta 8 atravesando sierras. Pero como siempre sucede con los cambios de lugar y con las cosas intensas parece que hace dos semanas.
De la ventana del hotel se ven los campos y la mancha verde-azul del Olimar desbordado.
Jugamos en el salón del estadio debajo de las gradas. Ha sido muy bien acondicionado. Los torneos nos han llevado en general al litoral, a Colonia y a Salto. Acá se nota que estamos más cerca del otro gran hermano, del Brasil. Se nota en varias cosas, en la vegetación, en el calor húmedo, en los carteles de la ruta que ya anuncian la frontera y en que hay brasileros. En el hotel se alojan los hombres de negocios rurales que vienen a la ciudad a los remates de ganado y a otras transacciones. Davila ha conseguido un viejo bus matriculado en Cerro Largo, que pasa todas las fechas a buscar a quien quiera por el Hotel 33 y por la Iglesia donde se alojan muchos de los jugadores.
Es sábado, recién ha pasado la hora de la siesta. Treinta y Tres dormido bajo el sol. Comienzan de nuevo los ruidos de las motos que pululan en todas nuestras capitales departamentales y cruzan diabólicamente las bocacalles haciendo difícil manejar.
Treinta y Tres tiene un aire local, elegante y silencioso, que me recuerda a Durazno, por sus calles anchas bajo los túneles de plátanos. Hay más palmeras aquí que en la ciudad del Yí. Pero tantas cosas son parecidas como en todas nuestras ciudades del interior.
En la sala de juego hay un muy buen ambiente. Bernardo ha traído a sus alumnos y naturalmente se eleva el nivel del torneo. Y uno va y pierde con esos adolescentes que a veces le imitan al maestro hasta en sus ademanes de juego, pero que entienden también lo principal que se les ha transmitido y Dios, te descuidas y te comen todo :) y si no te descuidas da igual, te comen lo necesario para ganar.
Daniel me cuenta que ha venido principalmente para que su hijo mayor, Sebastián, se entrene para un torneo panamericano y anoche le toca jugar con él. Padre e hijo. Queda rezongando contra el destino con ese gesto tan conocido y típico de Daniel, moviendo los brazos de arriba abajo, fumando y hablando cosas, con su voz ronca, en la oscuridad olimareña.
Oddone tuvo que remontar la primer partida con una dama de menos y sacarla en tablas. Misterios del ajedrez que todos hemos experimentado. Antognazza ha empatado dos durísimas partidas y escuche cuando le decía a Dávila: “Felicitaciones por el torneo. Qué bien que hice en venir”.

Cuando salgo por unos días de la ciudad me quedo preguntando que estoy haciendo metido allí, con tanta belleza por todas estas serranías y campos . La ciudad también tiene sus cosas, pero siempre me quedo preguntando eso. Me consuelo pensando que Montevideo al lado de otras metrópolis es una ciudad muy sana y pequeña. Todo es una cuestión de escala.
El hotel es una de las construcciones más altas del centro. Del mismo estilo que la sede del Club Nacional de Fútbol en Montevideo, y que el Club de San José en la Plaza donde comimos con Manolo Larrea hace un tiempo. Esa arquitectura modernista de los años '60 que para mí es "verdadera" pues era la moda en los '60 en los años de mi niñez.
Ya vamos saliendo para el Estadio a jugar la 5ta ronda.

Ahora el torneo se ha terminado y venimos de nuevo por entre las sierras y campos de verde intenso y recién mojado. Están arreglando los puentes en Treinta y Tres. Camiones atorados. De nuevo la línea recta entre los campos. Entra por la ventanilla el viento de la tarde y el aire con olor a bañados. Venimos cansados. Con ese vacío que envuelve cuando se terminan estos torneos en otra ciudad. Habiendo jugado, moviendo esas fantásticas y perfectas fichas sobre un cartón cuadriculado verde y blanco, conteniendo la respiración , sentados horas frente a otro “pobre” tipo –joven,viejo, niña, mujer o niño- que está sufriendo igual por no “morir” y ser el él que “sobreviva”, o que no sufre porque piensa que perderás en cualquier caso deberás ser tú. Es tan dulce ganar y es difícil perder, y es especialmente difícil en el ajedrez. Uno se puede confundir y sentirse más tonto, o al revés. De a ratos miro todo desde fuera y no le encuentro el sentido. Qué hago aquí? Pero la atracción es irresistible.
Ahí volvemos por la ruta 8, Brigadier General Juan Antonio Lavalleja, sintiendo esa nostalgia suave, que me recuerda cuando se terminaban los viajes de fin de año de la escuela. Es extraño. Uno se siente renovado después de estos torneos tan cálidos. Y se va con pena infantil, aunque uno ya es grande. Quedan resonando las voces de los otros jugadores , sus expresiones, sus pequeños heroísmos o cobardías,... y heroísmos. Uno queda pensando en los muchos detalles de la conducta ante los terribles momentos finales en el ganar o en el perder, en como golpean al comer y deslizar las piezas o apretar el reloj, que hablan bien directo de lo más esencial del carácter de las personas. No es cierto que se trata “solo de una partida”. Se trata de algo de vida o muerte. Sino miradles cuando apreta el “tzeinot” y la partida hace crisis. Me quedan las caras de su disfrute y su sufrimiento en el tablero. Y uno se pregunta porque todo tiene que tener un comienzo, un desarrollo y un fin, como las partidas. Y no hay respuesta. Entonces, allí vamos de nuevo. A jugar, a arriesgar la seguridad y lo ya alcanzado, si es que lo hay. A dar todo lo que uno puede en un momento dado. Y a pasarla bien en cualquier caso. La próxima para el occidente uruguayo, en Colonia.
Buena gente la del Olimar querido.

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